EL CÍRCULO HERMÉTICO

No nos alcanzaba con participar del hecho periodístico del momento. Necesitábamos más. La admiración de los oficinistas, el escándalo de las amas de casa, la envidia de nuestros colegas. Todo eso no era suficiente. Además necesitábamos crearnos un núcleo de pertenencia, un clan. Algo especial. Tenía que ser sutil, inteligente, que estuviera más allá de los grupos que la "inteligentzia" criolla había formado. No era cuestión de Florida o Boedo. Fue Oskar, creo, el que encontró el nombre. No era algo nuevo, pero nos parecía lo suficientemente enigmático: el Círculo Hermético.

Lo había sacado de los libros de Herman Hesse. Tenía que ver con la conjunción de los mejores cerebros y las almas más refinadas para crear cosas y defenderse del resto del mundo. Los más leídos decían que Carl Jung también había utilizado ese concepto. Algunos en la Redacción veían al grupo burlonamente. Se sonreían de costado. "Cosas de Mario y de Oskar", susurraban.

El Círculo Hermético desplegaba una serie de actividades que para alguna gente de la Editorial resultaban despreciables. No entendían. Nos veían como integrantes de una secta impenetrable, incomprensible, cosa muy lógica teniendo en cuenta que carecía de reglamentos o estatutos.

Mario Mactas y Oskar Blotta fomentaban ese aura misteriosa con la intención de inquietar a la gran mayoría de los integrantes de la revista que estaban "afuera del Círculo".

Los dos ideólogos junto a Pedro Ferrantelli, Carlos Blotta, Carlos Ulanosky y un servidor gastábamos nuestra energía en el gimnasio y la recuperábamos en los saunas. Leíamos a Sturgeon, a Mailer, a Henry Miller. Adorábamos a Clint Eastwood y el tiempo nos dio la razón: hoy los intelectuales están encantados con sus películas. En aquellos tiempos seguir a Eastwood era una "boutade".

Algunos miembros de esta semisecta sacaban provecho del éxito de la revista para agenciarse buenos polvos. Esta actividad licenciosa del Círculo llevó a que muchos de sus miembros destruyeran sus inservibles matrimonios. Caminábamos por plaza San Martín o por Florida, cuando Florida era Florida y no un batiburrillo de bolivianas vendedoras de lencería clase "B", locales atiborrados de chucherías importadas y sujetos de aspecto prostibulario repartiendo invitaciones a "saunas". Avanzábamos como una patrulla a la caza de mujeres e ideas.

Otra de nuestras actividades eran las comidas, en particular, la fondues y las bagna caudas. Las fondues podían ser de queso o de chocolate pero las bagna caudas, que las preparaba yo, eran de legítimo cardo. Lo raspaba prolijamente, lo cortaba en cuadraditos y lo lavaba. Mientras tanto, doraba gran cantidad de ajo y le añadía filetes de anchoa bien picados, cantidades industriales de manteca, leche y mucha crema de leche, dejaba hervir la pócima y luego la servía en el mismo brasero en el que la había hecho. Los salvajes arrasaban con los cardos, con la salsa y con el vino tinto. Cada vez que hacía una de estas reuniones, terminaba meditando sobre el sentido de trabajar tanto para que después "El Círculo Hermético" arrasara en minutos con todo.

De todos estos ritos iniciáticos quedaban afuera los miembros de la redacción. No hace falta aclarar que Mario Mactas y Oskar Blotta gozaban horrores con el Círculo Hermético. El resto participábamos alegremente, aunque algunas de las obsesiones del Círculo eran francamente incomprensibles. Por ejemplo: el amor incondicional por "Operación Dragón", un bodrio de artes marciales que, por otra parte, fue la única película como la gente que hizo Bruce Lee. Otra pasión que por lo menos a mi me cubría de oprobio era la que le profesábamos a las películas de Isabel Sarli (las vimos todas). Amábamos el cine independiente americano. Ese cine americano casi europeo, de autor. Desconfiábamos de la "nouvelle vague", pero al tope de nuestro odios estaba Carlos Saura. Mario Mactas, en cambio, me confesó que vio "Carmen" unas diez veces. Problema de él. Por aquellos días una confesión de esa clase hubiera derivado en la expulsión del infractor. El Círculo detestaba el teatro. Ese género artificioso que se desarrolla en lugares infames con olor a pis de gato y cagadas de rata. Temíamos que el actor se equivocara y sentirnos responsables. El teatro, en realidad, era para nosotros una actividad generadora de angustias y no algo placentero. El cine nacional, en general, nos gustaba, excepto a Mario Mactas, que lo consideraba "asqueroso y mal actuado". Sin embargo, algunos de los integrantes del Círculo sentíamos cierto regodeo cursi por las películas de Luis Sandrini.

Decididamente lo que más nos movía era el cine. A "One eyed jacked" (Un rostro impenetrable) la vimos no menos de una docena de veces. Era un western con toques desmitificadores y el director fue Marlon Brando. La película fue un desastre económico, pero la historia era atractiva. En el comienzo, una partida de mejicanos tiene acorralados a un par de ladrones. La situación se vuelve insostenible, así que uno de ellos (Marlon Brando) lo convence al otro para que se vaya con el dinero y vuelva con ayuda. El que se va (Karl Malden) no vuelve y su compañero va a dar con sus huesos a una cárcel mejicana, de donde escapa años después. Vuelve a los lugares que solían frecuentar y descubre que su compañero de otrora se había transformado en sheriff y mandamás del lugar. Brando le coge a la hija, Malden le rompe las manos con la culata de una escopeta y los abandona en el desierto. El personaje de MB hace trabajo de recuperación, vuelve al pueblo y mata al traidor. Esta historia, dirigida por el futuro regordete, le había insumido tres veces el presupuesto que el estudio le había asignado y casi siete horas de duración. Por supuesto que el "final cut", es decir el resultado final que se ve en pantalla, fue obra de la compañía productora que además logró que la película durara apenas tres horas.

Allá por 1973 se estrenó otra película que nos fascinó. Su director fue Jack Nicholson y se llamaba... no me acuerdo... en inglés era "Drive, he said", así que la habrán estrenado con algún nombre ad-hoc tipo "Papá no corras" o "Macho, dijo la partera". Nicholson era uno de nuestros actores preferidos, no por aquella cantidad de películas clase "B" producidas por Roger Corman, sino porque nos había fascinado como a todo el mundo en aquella obra emblemática del los '60, que se llamó "Easy Rider", que dirigió Denis Hooper y también en aquella otra de Bob Raffelson "Five Easy Pieces" ("Mi vida es mi vida"). El bueno de Jack, metía su caripela en la clase de películas que nos encantaba. Así que cuando supimos que "Drive, he said" había sido dirigida por él, no lo dudamos y fuimos a verla. A la distancia la recuerdo como una película errática, con una trama confusa sobre alienación juvenil. Recuerdo a Karen Black, que era la protagonista y a Bruce Dern que se robaba la película por su papel de entrenador de basket del "college". Así contado no parece gran cosa, pero a nosotros esa película nos impactó terriblemente. Me gustaría volver a verla. Pensándolo bien, prefiero no volver a verla.

El Círculo era exclusivo. Nadie entraba a él pese a que sobraban candidatos. Oskar jugaba con los aspirantes como juega el gato maula con el mísero ratón. No voy a dar nombres, no quiero que nadie se sienta mal. ¿Qué importa si tal o cual formaba parte o no del Círculo Hermético? Hasta los lectores se sentían parte integrante del Círculo. ¿Quién soy yo para retrucarles nada?.

El Círculo Hermético fue un juego, de gente grande, si, pero un juego, plagado de complicidades que hacían que nuestras vidas agitadas, vertiginosas e irresponsables tuvieran un ámbito de contención. Aunque si los miembros del Círculo Hermético leyeran esto se reirían de costado y se burlarían, "¿ámbito de contención?, ¿que pasó? ¿hiciste un curso de psicoanálisis por correspondencia?".

Ulanovsky por aquellos días imaginaba al Círculo como un espacio creativo. "Nos cerramos para abrirnos" intelectualizaba Ulita mientras Oskar y Mario aprobaban con sonrisas burlonas y miradas cómplices