LA PAZ

Fueron los creadores de la realidad virtual. Bastaba con que tomasen un alucinógeno elaborado a base de semillas verdes del árbol del cafeto para que las imágenes comenzaran a sucederse: un reunión de organización primero, un adoctrinamiento en la montaña después, la guerra de guerrillas para seguir y, salteando algunas etapas para no agobiar al lector pragmático, la R-E-V-O-L-U-C-I-O-N. Y todo sin moverse de una mesa en la esquina de Corrientes y Montevideo.

El bar "La Paz" significaba mesa redonda y cortado, polémica y capuchino, discusión y tostado mixto. Diariamente la foto era la misma: parados y con bandeja los mozos de siempre, que en nada se diferenciaban de los empleados de cualquier bar, salvo porque los llamaban por su nombre de pila. Las propinas brillaban por su ausencia ("no hay que darles limosnas") aunque les estaba permitida la opinión, muchas veces indispensable. Sobre todo cuando era necesaria la voz del pueblo, para contrastar las dos posturas. La discusión se saldaría con el veredicto determinante del mozo/pueblo. Pero el mozo/pueblo no quería ser indeseable para ningún polemista, por lo que optaba por un pálido termino medio en un antecedente setentista del programa de Mariano Grondona.

Sentados alrededor de las mesas, los jóvenes burgueses que luchaban contra la burguesía. El uniforme revolucionario consistía en pulóveres con llamas peruanas bordadas, un morral colgado del respaldo de la silla, cigarrillos preferentemente caseros, anteojos con marcos gruesos y pelo largo, sucio en lo posible. ¿Estereotipo?.

Las divisiones entre las mesas eran sólo formales. En el fondo estábamos todos en la misma. Había sectores: aunque predominaban los pececitos, el peronismo revolucionario tenía agenciadas varias mesas. Parecían más simplemente porque eran más quilomberos. Los otros, los del PC, cargaban con su pudor burgués de soldado psicoanalizado. También en minoría figuraban los troskos, los socialistas y los independientes.

Todos sabían que el país mejor se acercaba. La patria socialista o la revolución del proletariado. A fuerza de militancia y de rigidez doctrinaria -"las veinte verdades", "el libro rojo" o "El Capital"- el cambio social sería inminente. "La Paz" era la cocina de ese cambio. Allí la ideología se forjaba, iba tomando la forma adecuada a nuestro tiempo. Se tenía la extraña sensación de que el miedo de los oligarcas debería ser directamente proporcional a la cantidad de pocillos consumidos.

Lectura obligada y carnet de presentación para saber "para donde pateás" era la prensa partidaria. "Solidaridad Obreril"; "Vanguardia y Victoria" o "¡Pueeblooo!" podrían haber sido los órganos de difusión de cualquier partido, corriente, subgrupo, minifracción, o infradotación. Todos se intercambiaban la suya, no tengo un mango, no importa después me la pagás, lo importante es que la leas y difundas sus contenidos, bueno, pero toma la mía. Ninguno leía la del otro.

Los marxistas ortodoxos despreciaban el arte y para los trotskistas era casi una mala palabra. Pero entre los independientes, algún peronista que esquivó "La razón de mi vida" y un sector de la Fede que entendía que era un buen mecanismo de difusión para llegar a las masas, circulaba el verso comprometido. Como con la prensa, todos ofrecían vanamente sus poemas sin que el destinatario diera señales de haber cambiado su forma de pensar.

Cada tanto se armaba una guitarreada y las canciones eran siempre por la liberación de los oprimidos. Lucha simbólica si las hay. Los temas siempre eran de denuncia: al cañero leproso o al bebito peruano, al marxista arrodillado o a "Juan Fusil". Cuando se armaban estos "happenings antiimperialistas" podían escucharse versos del estilo de "Juana Banana" del cantautor latinoamericano Tomás Sanz, una canción digestiva para la hora del postre que diceee assi...

Juana Banana

bronca temprana de la mañana

quema Febo en la canana

del patrón.

¡Qué macana, Juana Banana!

Plantación. Pela, Juana,

pela la banana de la liberación.

Ya traen los cachos tus dedos mochos

camino al tacho me cacho en dié.

Aéééééééé, aééééééééé...

Luna sin cáscara baña los plátanos.

Hasta mañana, Juana Banana,

hasta mañana por la mañana.

Plátanos, plátanos,

pero plata no, plata no.

plata no, no para vos.

Juaaaaanaaaaaaa Banaaaaaaaana

El bar funcionaba siempre a pleno. Los compañeros iban antes o después de la facu, para "aparatear" la reunión de ese día o para tejer hipotéticas alianzas, para comentar la película del Lorca o distribuir enigmáticas tareas. El local hervía por el calor de la gente, el humo de los cigarrillos y la potencia de las miradas. Cada sujeto que atravesaba la puerta era procesado por el resto. Siempre en la mesa había alguien que conocía su legajo. 'Es Juampi, de la Fede de Económicas, un transero'. Ese era el orden: nombre, cargo, veredicto político. No siempre se conocía el primer punto, pero si se ignoraba el tercero se inventaba según la cara. ¡Grande Lombroso!.

Si por alguna remota casualidad llegaba a entrar un ingeniero electrónico cuarentón trajeado y con dos niños colgando de cada brazo que salían muy felices -y descomprometidos- de ver "Blancanieves", las miradas lo perforaban. Nadie se ofendía si se iba a "La Opera" o a "El Foro", bares más afines a este tipo de sujetos.

Justamente sabiendo esta regla es que Mario Mactas optaba por no pisar esa esquina. Prefería ir al bar de Olleros y Libertador, a "Periplo", que quedaba frente al Plaza Hotel o al mismo bar del Plaza. Los temas de discusión eran otros, la gente vestía uniformes más caros, el clima era más calmo y uno era ante todo un "distinguido cliente". Nada distinto de nuestros bares modernos donde el costo de los alimentos y bebidas cambia su cotización según la forma en la que estén posadas las agujas del reloj.

Ula por costumbre, Guinzburg por divertirse y yo por curiosidad decidimos esa tarde ir a "La Paz". Mentira. En realidad lo que nos movilizaba era lo mismo que, en el fondo atraía a todo militante de barba y libro en sobaco: el levante.

Jorge se reía de todos y para cada uno tenía un chiste, Ula miraba como lo miraban. Ninguna hembra para concurso. Entre las rescatables poníamos un sello a cada una para, si el fracaso nos hacía salir como entramos, tener una excusa que justificase nuestra derrota. "Frígida", "demasiado comprometida con su militancia", "tiene más bigote que Abrevaya", "esa le da bola sólo a su responsable político", etcétera.

Nos sentamos. Yo pedí agua mineral, Ula un cortado y Jorge vodka. La elección de la mesa fue sugerida por Guinzburg. No entendía como en ese antro de la moral revolucionaria un hombre podía estar rodeado de tres mujeres. Quería parar la oreja. Lo excitaba el hecho de imaginarse una discusión sobre la revolución permanente con esas tres chicas desnudas en una cama y él dictando cátedra. Ese, al menos era el verso que suponía que el admirable caballero había urdido para estar tan bien acompañado.

Pero no. "Se me hace difícil explicarles el fenómeno 'Satiricón'. Desde el primer número tratamos de hacer un producto que soslayara lo comercial para combinar la crítica ácida con el humor político generando un nuevo vector de discusión en el terreno de la sátira antropológica."

Jorge se paró. Ninguna cara conocida. Ula entendió rápidamente al impostor y le dijo al petiso que se controlara. Yo miraba la situación divertido. Las chicas destilaban admiración para ese ideólogo apócrifo del "nuevo fenómeno comunicacional".

El petiso zafó su brazo de la mano de Ula que lo contenía. Carlitos y yo temíamos lo peor. Guinzburg se acercó a la otra mesa y extendió su mano al falso colaborador de Satiricón. "Leo siempre sus artículos. ¿No me firmaría un autógrafo?". El hombre tembló al reconocer la cara en vivo de la foto que mes a mes aparecía en las páginas de la revista de la que se decía integrante. Las tres chicas parecían no identificar en ese hombre de baja estatura a un verdadero colaborador de "Satiricón" y miraban admiradas como el chantún estampaba en una servilleta un garabato ininteligible.

"¿Y con qué nos va a sorprender en el próximo número?" fue la nueva movida de Jorge mientras nosotros hacíamos lo imposible por contener la carcajada. "Sobre...la mujer", balbuceó el tontuelo sin saber muy bien como escaparse de la emboscada. "Que interesante. Siempre la revista 'Chacra & campo moderno' transgrediendo los límites. ¡Hablar de mujeres en una revista de animales! ¡Eso si que es osado en pleno avance del feminismo!. Porque usted es de 'Chacra y Campo moderno' ¿no?". "Mmmmmsi...también". Las chicas seguían el ping-pong con los ojos cada vez más abiertos. "En 'Satiricón' siempre leemos los artículos que publican. A propósito, si le interesa, tenemos un lugarcito en la redacción para que redacte los pies de página. ¿Le interesa?."