LA CANCIÓN DE CUNA

No sé si eras una nena, ya bordeabas la adolescencia o eras más grande que él. Lo importante es que cada noche, todas las noches mejicanas compartían las lágrimas sin decírselo.

Vos que no te podías dormir y no sabías el por qué y papá con la espalda inclinada por el peso de la culpa, buscando el exorcismo en las caricias que te hacía.

Yo tengo un oso verde

que siempre se pierde

que siempre se pierde

Yo tengo un oso verde

que siempre se pierde

que siempre se pierde

Yo le hago chas-chas

y él se me pierde más

Yo le hago chas-chas

y él se me pierde más

Oso, oso verde, cuando te pierdes

¿A dónde te vas?

Oso, oso verde, cuando te pierdes

¿A donde te vas?

A un país muy verde

donde no hay chas-chas

A un país muy verde

donde no hay chas-chas.

Te cantaba y vos, a veces, le hacías el favor de dormirte. Cuando cerrabas los ojos y soñabas con Osos Verdes en Países Verdes, él miraba por la ventana, parado, inmóvil, durante media hora o más. En la oscuridad de la habitación la luz del velador le apuntaba a la espalda y su silueta se reflejaba en el vidrio. Era como un cuadro, donde el marco era la ventana y en el medio estaba él. Y en el fondo, calles que recién empezaban a conocer. Tu mamá lo esperaba en la cama, pero él sentía que antes de ir a acostarse tenía que cumplir con vaya a saber qué extraño rito. Si alguien se lo hubiese preguntado en ese momento, ¿por qué no te acostás?, él no hubiera sabido que responder. Todavía hoy no lo sabe. Pero tu mamá esperaba, vos dormías y él miraba por la ventana ese paisaje todavía desconocido.

Cuando voy a dormir

cierro los ojos y sueño

con el calor de un país

florecido para mí

Yo no soy un bailarín

pero me gusta quedarme

quieto en la tierra y sentir

que mis pies tienen raíz

"Que mis pies tienen raíz", te cantó una noche y se paró de golpe. Le habías pedido la "Canción del jardinero", esa que te gustaba tanto y que habías aprendido en el jardín. Un día intentaste cantarla con tus nuevas amigas mejicanas, pero ninguna la conocía. Ellas quisieron cantar una canción de no sé qué Gordo Bombom que vos era la primera vez que oías nombrar. "¿En Argentina no conocen la canción del Gordo Bombom?". Casi avergonzada reconociste que no. Ellas no se hicieron demasiado problema y la cantaron igual. Te pareció tonta y te fuiste. Te indignaba que el Gordo Bombom pisara las flores y no llevara calzón. En el baño y sin público vos preferías cantar "Del jardín soy duende fiel / cuando una flor está triste / la pinto con un pincel / y le toco el cascabel".

Esa canción querías que te cantara tu papá. Pero empezó y no pudo terminar. Se quedó como duro cuando cantó aquello del bailarín. Lo último que dijo fue "que mis pies tienen raíz". Esa noche te quedaste con la canción por la mitad y tardaste mucho en empezar a soñar con jardineros felices entre las hojas que cantan. "¿Que mis pies tienen raiz?".

Me dijeron que en el reino del revés

nadie baila con los pies

que un ladrón es vigilante y otro es juez

y que dos y dos son tres

Vamos a ver cómo es

el Reino del Revés

Vamos a ver cómo es

el reino del revés

Las cartas eran una fiesta. Cualquier estampilla con la cara de San Martín era siempre bienvenida. Esperaban hasta la noche, cuando llegaba tu papá de trabajar, con el sobre cerrado. Vos a veces querías hacer trampa y abrirlo antes de tiempo. Pero tu mamá escondía la carta para que la sorpresa fuera para todos. Llegaba más o menos una carta cada quince días.

Cuando Carlos llegaba del diario entonces si, se sentaban todos a la mesa y se producía la Sagrada Ceremonia de Apertura. La última hoja podía estar firmada por Carlos, por Jorge o por algún otro nombre familiar. Oskar no. Se había ido a Estados Unidos después del secuestro. Mario tampoco. Tu papá sabía que estaba en España, pero no tenía la dirección exacta. Igual que Alicia, que se fue, pero que lograron mantenerse en contacto. "Si no logro algo en seis meses, me vuelvo"; "Conseguí trabajo en una de esas editoriales de libros prácticos, esos de 'Construya usted mismo un rascacielos con los materiales que tiene en su casa"; "Empecé a trabajar en el suplemento de 'La Vanguardia', ya sabés, las notas tipo"; "¿Sabés que estoy haciendo notas tipo Sati en 'Playboy'?". Eran las cartas que se sucedían.

Y con las cartas "Made in Buenos Aires" la alegría se transformaba en fanatismo. Vos compartías esa alegría, aunque todavía no entendieras demasiado bien todo lo que tu papá leía en voz alta. Te alcanzaba con que todos se entusiasmaran.

Pero las noticias no eran buenas. Se las camuflaban. "No te preocupes Ulita, en el 2000 seguro que hay democracia"; "Me pedís que te cuente algo lindo de Argentina. Bueno: el show de Carlitos Balá sigue en el aire". Estaban las frases laborales "Estoy como creativo en Lautrec". O las favoritas "te extrañamos"; "La Paz no es lo mismo sin vos"; "Corrientes sigue como siempre, solo que ahora decidió dormir un par de horitas. Los años no vienen en vano"; "Feliz cumpleaños (me acordé)". Preferían, porque sabían que tu papá así lo quería, ahorrarle la muerte.

Estaba la lectura oficial de la carta, esa que oían todos como en un ritual litúrgico. Después vos te ibas a dormir, y aunque sabías que esa noche no habría canción, soñabas igual con pájaros que nadan, peces que vuelan, gatos que hablan en inglés y osos que caben en una nuez. Tus padres se quedaban leyendo la carta de nuevo en voz alta, pero esta vez haciendo comentarios adicionales con efectos especiales que iban de la carcajada al silencio. Y al final, una tercera, cuarta, quinta lectura de tu padre, que se detenía en los firuletes de la caligrafía o en la hendidura de la letra de la máquina de escribir en el papel.

Pero las cartas son un recurso no renovable. Se iban espaciando cada vez más. Las que al principio eran costumbre, se fueron transformando en excepción. La gente se empezó a asentar. Los que estaban afuera fueron haciendo nuevos amigos, ya opinaban -cuándo no- de la política del país adoptivo, en el trabajo -publicidad o periodismo- se empezaban a destacar por su creatividad y originalidad. Tu papá se quejaba de que no le escribían -en los últimos tiempos más como un reflejo que como una necesidad- pero él tampoco mandaba nada. Los de adentro iban adquiriendo otras responsabilidades y el miedo iba en aumento. Otros hubieran querido seguir escribiendo. Pero ya no estaban.

Mambrú se fue a la guerra

no se cuando vendrá

Mambrú se fue a la guerra

no se cuando vendrá

A ja ja A ja ja

no se cuando vendrá

Vendrá para la Pascua

chiribim chiribim chin chin

Vendrá para la Pascua

O para Navidad

A ja ja A ja ja

O para Navidad

Como Dorian Gray el cuadro de la ventana ya no era el mismo. En el fondo los edificios empezaban a ser un paisaje familiar y el pelo se había encanecido. No fue como con la mayoría de la gente, que se dedica a hacer un inventario de las canas. Él se dio cuenta de golpe que tenía el pelo blanco.

Vos ya no pedías tan seguido las canciones. Tus amigas y vos ya aprendían canciones juntas que hablaban de amor o de bailar. Pero vos seguías soñando.

(FIN DE LA SEGUNDA PARTE)