DEMASIADO TARDE PARA LÁGRIMAS

Desde aquél papelón en Radio El Mundo no había vuelto a ver al Negro Dolina. Esa noche era nuevamente un sustituto. Pero de Castelo, que se tenía que ir a España de urgencia a hacer notas para el programa "Imagen de Verano" del cabezón Badía. Y no era por un reemplazo profesional. La dupla iba a salir con dos chicas y yo era el que no iba a dejar a Silvina en banda. Ana acompañaba al Negro. La cita, me dijo, era esa misma noche en "Babel".

Las paredes de Babel están empapeladas con recortes de diario y afiches de cine. Hay colgado algún que otro cuadro que oscila entre el miniposter Pagsa y las figuritas de Sara Kay. Los Rolling Stones suenan a tope mientras, apiñados en mesitas chiquititas, tratamos de leerle los labios al que tenemos enfrente. Hay tiro al blanco, televisores que pasan videoclips, un caricaturista egresado de la escuela de Garaycochea encargado de inmortalizar en tres minutos a los que le den una buena propina y un astrólogo que tira las cartas del tarot. En el piso de arriba, el grupo "Los Mocos" hace hard-pop.

Nos atiende un mozo que primero creemos que habla en francés, pero después descubrimos que se finge brasilero. 'Hizo la primaria conmigo. Es de Devoto.', me informa Silvina. El hielo mezquina el alcohol de esos tragos servidos en vasos de plástico y todos se ríen. Se ríen.

Cuando la pendex está callada me encanta, pero me siento un viejo verde. Apenas será una debutante en eso de la mayoría de edad. Me hipnotizan su piernas pero pienso que debo controlarme. ¿Qué hacer cuando salgamos de ese antro? ¿Llevarla a la casa? ¿Pedirle que me presente a su madre? ¿Decirle que la amo sin contener la carcajada?

Dolina tiene que atender tres tareas a la vez. Soportar las palmadas en su espalda que acompañan el ritmo del "Idolo", asentir cada tanto para que creamos que nos está escuchando y tomar su vaso de ginebra. Ana parece molesta con los acosos a su acompañante famoso y no habla. Por boca del Negro pude enterarme que es bailarina clásica. Raro. Buenas gomas para ser bailarina clásica.

"¿Cuando volvés a la radio?" le pregunta un híbrido entre psicobolche y postmoderno. "Primero, estoy haciendo radio. Segundo no me tutiés". "Eh, che. Era cierto eso de que eras mala onda..." es la respuesta del admirador desactualizado. Seguimos charlando. Ana me recuerda a las estatuas griegas: callada y hermosa. Dolina sigue tomando ginebra y Silvina, para desgracia mía, no para de hablar. Me cuenta que es vendedora en "Óxido" una boutique en Belgrano para cuarentonas de guita. Me cuenta anécdotas de sus clientas, cómo fabricar ropa por dos mangos y venderla por fortunas y demás argucias comerciales. Mientras meto interjecciones de ocasión para que crea que le estoy prestando atención, comienzo a comprender que lo de Castelo fue una huida estratégica.

Un ser alto y algo encorvado, con un diskette de computadora como arito en la oreja izquierda, los labios groseramente pintados, un jumper amarillo con lentejuelas, un tirador como vincha y la barba de dos días, se sienta entre Dolina -de rigurso traje, camisa y corbata- y Ana, que sigue virgen de palabras. No sé si era un hombre o una mujer, pero sí pude oírlo: "¿PorquéelmaestroGancénotocatemasdeDanielMeleroporquéelmaestroGancénotocatemasdeDanielMeleroporquéelmaestroGancénotocatemasdeDanielMelero...". La frase le alcanza al polígrafo del barrio de Flores para apartar al molesto con un suave empujón y salir del lugar.

-¿Nos esperan chicas?- dice el Negro.

Salimos a la calle. Dolina está un poco borracho y yo no sé muy bien que decir. Nunca fuimos demasiado compinches. Comienza a silbar "El abrojito".

-Lindo lugar ¿no?- arriesgo

-Si. Lindo. Pasa que no hay adónde ir. Se acabó la noche, viejo. Yo ya no sé adonde ir... ¿qué te parecieron las minas?

-Y...

-Nooo. Las tenés que conocer mejor. La semana que viene vamos a "El Dorado". ¿Te parece?

-¿No preferís ir con Adolfo?

-No. El todavía se queda en España. Y no quiero salir solo con la piba. Me aburro muchísimo.