VIDA DE AVERCHENKO (HORÓSCOPO)

(...) Buena parte de nuestra inspiración -además de nuestro nombre- proviene de un tipo que fue perseguido por gente sin sentido del humor: el ruso Arkadi Timofeievich Avérchenko, escritor.

Por las primeras décadas del siglo, Avérchenko fue director de una revista que tomaba la realidad como es -graciosísima y trágica, todo junto- y que se llamaba Satirikón. Después, sin duda ya producida la Revolución, pasó a llamarse Novi Satirikón. El pobre Avérchenko fue perseguido por la policía de los zares y la policía bolchevique, porque en materia de no tener sentido del humor aquellos enemigos coincidían. Así, sufrió torturas, cárcel, exilio. Hasta Lenin, que reconocía el talento de Avérchenko, pero a quien los chistes le gustaban poco, lamentó que el humor fuera ejercido 'desde posiciones propias de un guardia blanco enajenado por la furia'. Pero para aquella época, Arkadi -prudentemente- se había radicado en París, donde tragaba vinos nobles, olfateaba formidables mujeres, buscaba los quesos espléndidos y las noches mágicas. Nosotros somos un gajo de aquél Satirikón del ruso que no fue ni blanco ni rojo, sino de libre cabeza y de corazón abierto a la gracia de la vida. El hubiera entendido esto tan bien como vos...

Y aunque todavía nadie me lo crea, seguiré jurando que ese editorial del número 1 de "Satiricón" no lo escribí yo. No fuimos rusos, pero la comedia y la tragedia nos emparentaron. Acusaciones de los dos bandos, "zurdos" o "comunistas" versus "frívolos" o "imperialistas". La paranoia del Hermano Daniel no era precisamente leninista, pero el dolor -exilio o tortura mediante- es otro de los tantos lenguajes universales.

Nunca desfilamos en la Marcha de los Mutilados. Quizás porque amábamos que los reflectores nos señalaran. Pero tengo la sospecha de que cuando alguien -¿importa quién?- redactó esas líneas sabía de lo que estaba hablando. O todo lo contrario.

Somos el aborto del pollito. Un huevo que pudo ser gallo pero que terminó en la sartén. Ahora, miro a esos huevones con los que me reía en "La llamita", con los que vivimos la gloria de ese día, con los que lloré de risa y reí de nervios...

Seguimos en la huevera. Por ahora nadie nos hincó el diente. Pero un huevo en la huevera puede ser duro o pasado por agua. Los, perdón, nos veo duros. Y la diferencia no es exterior.

En el famoso número especial de diciembre del '73, donde hicimos la autocrítica que ningún medio se atrevió a hacer, hablábamos de nuestras "ráfagas de autocensura" después del secuestro del número 6, "nos pusimos 'profesionales', como dice Blotta, forma de decir que nos achicamos sin saber bien ante qué". Hace poco mi amigo Oskar definía a su editorial como "profesional".

Supimos que había que ponerle la cola al chancho y tuvimos buena puntería. Ahora nos quedamos con el culo entre las manos, nos quitaron el chancho y andamos mareados sin atinar a quitarnos la venda de los ojos. "Mejor", pensará Mactas. "Que mierda", hubiera dicho Abrevaya, quizás en una forma más diplomática. "Es otra cosa", se justificará Guinzburg. "No sé", dirán Ulanovsky y Hanglin, pero pensando en cosas totalmente distintas. "Hice lo correcto", intentará convencerse Cascioli. "La vida sigue y hay que seguirla", dirá Blotta a quien quiera -o deba- oírlo. "En Argentina hay demasiada gente que no quiero ver", confesará Galotti desde su propio Paraíso español. Pero hay algo que los une. Todos, pero todos, se resisten a abrir esa colección encuadernada con los primeros veintidós números de la revista. La máquina del tiempo hecha realidad y ellos -y nosotros, y ustedes- con la venda en los ojos.

Qué se le va a hacer. A los cincuenta uno ya le descubrió el truco a las noches mágicas y a las mujeres que se dejan olfatear. Y ya se sabe, demasiado queso constipa y el vino en exceso, por más noble que sea, produce cirrosis.

FIN